Me encandila esa luz, y me atrae. No es su calor, luz,
brillo, lo que llama mi atención sino sobretodo porque se lo que me dice y a
quien representa. Entro y la veo e inmediatamente me postro; no ante ella, sino
ante Ti Señor que estás ahí. Y esa luz pequeña me recuerda de que manera te has querido
quedar con nosotros, así pequeño, indefenso, casi imperceptible para algunos,
pero muy presente para el que observa con reverencia y cuidado, para el hombre
con fe.
Esa luz me recuerda tus paradojas, es pequeña pero porta en
sí una gran fuerza, un poder oculto,
capaz de incendiar un bosque. Así también tú Señor te has querido quedar
pequeño pero eres capaz de
encender en los corazones un gran amor, eres capaz de dar fuerza, valor para el combate; eres el alimento
para el viajero, dándole ese viático para poder llegar a ti, a la eternidad.
Eres pequeño en apariencia, pero eres el regalo más grande, el Todopoderoso.
Veo esa luz roja y su color me recuerda tu amor, la grandeza
de tu corazón. Eso me recuerda que yo estoy llamado, a vivir así, a entregarme,
a ser también Amor, como tú lo eres. A ser generoso a ser entregado e inflamar.
Siempre encendida, nunca se apaga. Porque así representa, lo
que Dios hace por nosotros, El Señor se
gasta y desgasta, por amor. También Señor enciende en mi corazón
esa luz, para encender al mundo de amor, para vencer mi inercia y salir a
decirle a todos que Tú estas aquí, que Dios está aquí. Porque el encuentro
contigo enciende mi corazón de alegría, de fuerza, de algo que muchas veces no
puedo explicar.
Entro una vez más y me quedo sólo contigo Señor. y al cerrar
la puerta de la capilla, veo tu luz brillar con más fuerza y no me quiero ir,
tu luz me encandila, tu luz me retiene, tu amor me llama, tu amistad me invita
a quedarme, a estar contigo.