“Portones abrid los
dinteles”
“¡Portones!, alzad los
dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la
gloria. Salmo 24
Me encuentro hoy nuevamente contigo Señor, en medio de la
oración y en este diálogo, frente
a tu presencia, me invitas abrir la puerta de mi corazón. Abrir los cerrojos
que mantienen muchas veces cerrado mi espíritu a la acción de la gracia. Una vez más tomo conciencia de que es a
Ti, el héroe valeroso, el Rey de la Gloria, el Dios de la vida y del amor
sincero a quien cierro mi corazón.
Eres tú quien viene a traerme la paz, la reconciliación y el
amor que tanto anhelo. Pero para eso tengo que dar el paso, ponerme de pie y
abrir las puertas antiguas, los cerrojos quizás oxidados por el poco uso, y la
poca costumbre de abrir la mente y el corazón a Tí. Y con tu gracia se levantaran una vez más las puertas antiguas.
Hoy se llena de alegría mi corazón porque frente a Ti,
realmente presente en la Eucaristía, al rezar este Salmo oía tu voz, tu
invitación, tu llamada a que esas puertas antiguas, esos cerrojos
endurecidos por el pecado, se abran. Y, pensaba ¡Cómo no voy abrir mi corazón!
¡Cómo no voy hacer el esfuerzo! Si eres Tú quien me lo pide, "el Rey de la
Gloria". Se trata de salir del letargo al que lleva el pecado, se trata de dejar
de lado la indiferencia, y ponerme de pie ante Ti, porque lo que quieres Tú es
entrar para mostrarme todas las riquezas que trae el Rey de la Gloria, el Señor
de los ejércitos.
No hay que perder tiempo, no hay porque retrazar la fiesta y
el gozo de estar junto a Ti, Señor.
Si hoy se puede celebrar, porque esperar
hasta mañana.
Y ante esta alegría tan grande, pensaba ¿Qué lleva a cerrar las puertas?, ¿Qué cerrojos le
pongo o ponemos al rey de la gloria? Cada uno tiene que examinarse, pensar con
sinceridad, valentía y confianza en Dios. Y reconocer que es el pecado en sus
muchas manifestaciones el que oxida los cerrojos, y hacen a veces más difícil
escuchar esta invitación. Pero esas cerraduras endurecidas, caen Señor al descubrir
Tú amor, al contemplar tu infinita misericordia.
Señor se que hoy, una vez más, me invitas abrir la puerta de
mi corazón, porque quieres recordarme todo lo que has hecho por mí, porque
quieres mostrarme el inmenso amor que me tienes. Hoy escucho Tu invitación con
más fuerza y veo una vez más la alegría de estar junto a Ti. Por eso así como
el salmista ahora yo les digo a todos mis hermanos, ¡Abrid, las antiguas
compuertas! ¡Abrid el corazón! El que viene es el Señor que trae la paz, que
llenará tu corazón de dicha. Quiere entrar en tu casa para alimentarte con
manjares sustanciosos, con el alimento que da la vida eterna. Por eso da el paso
y di, Entra Señor, se que no soy digno pero una palabra tuya bastará para
sanarme y curarme.