Cuando uno viaja en un tren por medio del campo, puede ver los árboles del bosque pasar a gran velocidad y puede ver el paisaje, las montañas, etc, pasar ante sus ojos. Quizás uno podrá decir, que fue muy hermoso el paseo y el paisaje que contempló a lo largo del camino. Pero les aseguro que es muy distinto, poder detenerse y caminar por el bosque. Imaginemos un bosque de pinos, podrás ver los matices de los colores que hay en sus hojas, sentir su olor, oír las hojas moverse y el crujir de las ramas al soplar el viento; contemplar y disfrutar del paisaje que se ofrece ante tus ojos; quizás podrás recoger alguno de sus frutos y disfrutar de su sombra si es un día soleado…
Esta imagen me vino a la mente cuando pensaba en nuestra oración, porque muchas veces nuestra oración corre el riesgo de ser hecha como en un tren de alta velocidad, pasamos simplemente por el bosque pero sin poder detenernos lo suficiente o quizás podría decir, lo necesario. Contemplamos y vemos pasar ante nuestros ojos la grandeza de Dios, su amor, su misericordia; sus palabras son bellas y llenan nuestro corazón, pero pasamos tan rápido que no llegamos a disfrutar de todo lo que ella tiene que decirnos, y así dejamos de sacar todo lo que Él tiene para nosotros y para lo cual hemos de detenernos. Y al leer un comentario sobre la oración, me hacía tomar conciencia de la importancia que ha de tener rezar todos los días con esa hondura. Hay que bajarse del tren y detenerse un momento, caminar por el bosque cada mañana y así, impregnados de su frescura, emprender nuevamente el camino, llevando la alegría de este encuentro a cuantos se encuentren con nosotros.